martes, 5 de febrero de 2008

Este lugar se quedó en obras

Será un placer recibirte en el ático:


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martes, 16 de octubre de 2007

Sábado iniciático

Mi desconocida:
Como es el primer sábado que salgo a la terraza, uno no sabe por dónde empezar.
Es, como el primer día que visité a la que fue mi mejor maestra; la que me enseñó a enseñar. Tampoco, entonces, sabía por dónde.
Y es que, en cierto modo, para todo hay un primer día.
Recuerdo el primer día que fui al colegio. Fue una iniciación entrañable. Me sentía excitado por los gritos, los juegos y las carreras. Estaba subido de entusiasmo. Me ha ocurrido en otras cosaiones, en otros lugares. Pocas, pocos.
Y recuerdo la primera vez que recité un poema por la radio. Era un niño. Un niño espabilado, decían. También decían que no me ponía nervioso y que era muy tranquilo. Y no era cierto. La verdad es que me sentía en el aire, como una pluma al vuelo. Me miraban todos los ojos del mundo, creía yo. Me escuchaban, expectantes, todos los oídos del mundo, pensaba. Se mofaban, irónicos, todos los seres del mundo, me temía. Nada de eso era cierto, pero yo lo sentía como una carga pesada y digna de alivio.
Seguro que tú, sutil lectora, tienes en la memoria muchas de tus propias primeras veces: Recuerda sino, tu primer suspiro sin saber el porqué, tu primer beso, el primer bobo al que dijiste que no, el primer novio, el primer enfado, el primer sollozo de enamorada, la primera mentira, el primer mes con dolores, el último, que también es primero, el primer hijo, la primera casa, el primer desengaño, la primera amiga de verdad, el primer sacrificio, el segundo desengaño...
Como es el primer sábado que salgo a la terraza, uno no sabe por dónde empezar. Es, como he dicho, como el primer día que visité a la que fue mi mejor maestra; la que me enseñó a enseñar.









Entrada iniciática

Tranquila, plácida sonrisa eterna,
me esperas prometedora
en tu morada cálida.


Con tus puertas entreabiertas
me atraes suavemente,
y me pides que entre sin vacilar.


Tomas mis manos con las tuyas,
para que sienta, de tu pulso,
que entro sin violencia por tu puerta.
Y entro.


Me haces sentir a gusto,
cuando ya estoy.
Le gritas al mundo
tu gozo de visitada.
Luego, vives conmigo el sosiego
y la paz.


Y yo, agradecido, y aún tierno
por la emoción de la primera vez,
por primera vez me disuelvo.